Entrenamiento en vacaciones
Corto y pego aquí este post que escribí en el directorio de culturismo porque un amable forero me sugería que lo pusiera en el diario. Aquí va completo.
En España es puro verano, y muchos de nosotros hemos tenido vacaciones. Quiero brevemente contaros mi experiencia.
En primer lugar, soy uno de esos que como la inmensa mayoría de nosotros tiene "mono" de gimnasio, necesita entrenar, porque se lo pide el cuerpo, la cabeza... Y el día que no entrenas estás que ni puedes dormir porque no estás cansado, ni puedes estar tranquilo porque te subes por las paredes con toda la adrenalina contenida, y encima te sientes pesado y chof. Todos me entendéis.
Pues bien, fui de Talavera a mi querido Valladolid para pasar mis doce días de vacaciones con mis fabulosos padrazos. La primera mañana (no madrugué, claro _dormir_) me puse a mirar en internet los gimnasios cercanos a mi casa. Encontré diversas dificultades:
1. Horarios de verano. En vacaciones yo no tengo horario, y me tenía que acoplar al del gimnasio. Por ejemplo, cierran a las dos, precisamente la hora en la que yo suelo entrenar para comer hacia las cuatro. Ya sé que no es una hora normal, pero el verano es como un domingo laaaaaargo, y yo los domingos no suelo comer pronto...
2. Algunos cerrados de vacaciones. ¡¡¡¿¿¿Comorrrr???!!! Me daba una especie de rabia y vergüenza el hecho de que las "sedes" de la dedicación, constancia y esfuerzo cerraran. Ya sé que los que llevan los gimnasios merecen sus vacaciones, tienen sus familias y están deseando de olvidarse de nosotros por un tiempo. Yo hablo de mi sensación psicológica.
3. Me daba palo, mucho palo, ir y preguntar: "Mira, soy de fuera pero estoy de vacaciones. ¿Cuánto me cobrarás por un día, por cinco, por diez? ¿Y si no me gusta este gimnasio? ¿Te pago ahora o cuando me vaya? ¿Tenéis duchas, toallas, sauna...? ¿Me lo puedes enseñar? ¿Qué ambiente hay aquí? ¿Viene mucha gente? En estos días que te pago, ¿me entra el seguro por si se me cae una mancuerna en el dedo gordo del pie y me lo espachurra?..."
4. Encontré en internet en un radio de un cuarto de hora de mi casa creo que cinco gimnasios. Voy y dos han cerrado (debe ser la crisis económica y tal...), dos tienen horario de verano, y otro es un macrohipermegagimnasio de los que te cobran por pisar y las máquinas tienen TFTs, pulsómetros, podómetros, y todo eso que hace pensar que estás en un laboratorio de la NASA para preparación de astronautas.
Entre dudas y búsquedas, encontré un gimnasio que por el aspecto parecía barato, por lo viejo (por fuera) debería tener cierta solera, y por los días que iba a estar no quería más. Voy, y el maldito horario de verano. Menos mal que fui corriendo y pude hacer algo de deporte enredando en unas obras abandonadas, que dan mucho de sí para flexiones, abdominales, bíceps, tríceps, piernas, y todo lo que la inteligencia culturista sabe imaginar con unas barras, unos ladrillos y unos bidones. Con el cabreo algo calmado por la obra abandonada, llegué a casa sudado y hambriento. Mi piadosa madre me tenía preparada una pantagruélica comida de esas que todos conocemos. A mi madre no la puedo engañar: cocina mejor que todos los Arguiñanos juntos en dos planetas, y sus medidas son industriales. Si quiero dejar algo sólo puede ser por dos razones: o no me gusta (en mis 34 años no conozco esa sensación en la comida de mi madre) o estoy enfermo (estoy sanote sanote, excepto por la lesión del bíceps, pero eso no es una enfermedad, es una "herida de guerra" _guerra_ ). He de decir que mi estómago da para lo que sea, es un pozo sin fondo. El freno no lo tengo en la tripa, sino en la cabeza. Si no digo "basta" puedo acabar con las existencias alimentarias del sistema solar. Así que nada, comí feliz de hacer feliz a mi madre, lo cual vale más que todo el oro del mundo.
Al acabar la comida, mi santa madre me deja caer una propuesta: "Rober, ya que estás de vacaciones, ¿por qué no pintas la puerta y cambias el suelo?". Pues es verdad, cosas que hacen falta en casa y que mis hermanos no saben o no pueden hacer, y yo que soy un manitas puedo hacer. Estoy de vacaciones y me lo pide mi madre. No me puedo negar. Además, los días que no pueda hacer deporte, me sentiré satisfecho porque al menos he trabajado y gastado energía y tal...
Dicho y hecho. Tomé dos decisiones: en principio, no ir al gimnasio si de veras sintiera que el cuerpo "rendiría" después de trabajar. Y si era mala hora, pues ir a la obra -no la de casa, sino la de la calle- a echar las tripas.
Hacía tiempo que no sudaba tanto trabajando. Tengo las manos encalladas, cosa que no me pasaba desde que de pequeño ayudé a mi padre a plantar lechugas, me ha salido una ampolla en la derecha, y me duelen brazos y piernas. Estoy feliz, pero machacado.
Sigo, que me enrollo mucho y quiero ir acabando. Dilema, ¿qué me pongo para trabajar? Pues los pantalones de deporte y una camiseta de manga corta. Lo de los pantalones de deporte me pasó una mala jugada, y es que tengo las rodillas hechas polvo. Pero no me llevé pantalón de chandal, y no quería estropear los pantalones de vestir, claro. En fin, sin quejarme, puse el suelo de rodillas como un machote y a otra cosa. Esto es algo para lo que me sirve el gimnasio: para acostumbrarme a sufrir un poco y a fortalecer la voluntad, cosas ambas fundamentales para la vida. Mi madre me dijo: "Hijo, quítate la camiseta, que estás empapado". Claro que estaba empapado, pero sé que si me la quito mi madre empezaría: "Hijo, que brazos, y qué pecho, y qué espalda..." y se lo contaría a mi tía, y yo preferiría estar debajo de las baldosas que estaba poniendo que encima; así que camisetita y ya está.´
Mi madre venía y me preguntaba si tenía hambre, si había desayunado bien, etc... Esta reina de mi vida es de las que si no la corto y me pongo cariñosamente serio me trae un trozo de pizza chorreando queso y jamón para que recupere energías y siga trabajando...
En fin. Ya se me han acabado las vacaciones. Ayer (día 19 de julio) por la noche regresé a Talavera, y mañana vuelvo a mi querido gimnasio de siempre, con mis colegas, mis hierros y maquinitas, mi tatami y mi saco, mi vida normal. Ya os contaré como me sienta el síndrome post-vacacional. Por lo pronto, ya se ve, con muchas ganas de hablar de mis vacaciones. Gracias por vuestra paciencia y un abrazote a todos, campeones.