Les voy a contar como hacíamos deportes durante nuestra infancia en Africa. Nací en 1968 en Congo, en aquella época se llamaba Zaire. En los años 70 governaba el Presidente Mobutu y de mi infancia tengo bellos recuerdos. En la escuela teníamos 2 veces a la semana deportes como es común en las escuelas de los paises ricos. Hoy me doy cuenta que cumplimos un programa de deportes bastante extenso, casi inimaginable. ¡Yo hacía todos los días hacía deportes! Para nosotros los niños no había otra distracción. En el Congo de los años 70 era un privilegio el poder ir a la escuela. Para pesar nuestro allí no jugabamos casi football. Las dos horas de deportes nos la pasábamos con gimnasia. Los profesores sabían que en cuanto tuviéramos un rato libre jugaríamos con una pelota o con lo que se pareciera a una pelota. Todos los días jugábamos football durante horas en terrenos polvorientos. Cuando pienso en aquella época y veo los „novedosos“ programas de ejercicio de entrenadores de football como Jürgen Klinsmann, sólo compruebo con un poco de ironía: mis profesores allá en el lejano Congo nos hacían practicar, con sus ejercicios, tal vez un tipo de football incompleto pero que por otro lado desarrolló nuestros músculos de la espalda y del tronco, claro que sin la ayuda de cintas o Power Bars. Según mi opinión esta es la razón por la que todavía hoy en día muchos jóvenes africanos en el primer mundo son considerados de buenas a primeras como bien desarrollados. Como en mi caso, el deporte es el único pasatiempo que tienen.
Pero regresemos a Congo de los años 70. La mayor atracción eran los torneos de football entre las escuelas. Nuestra forma de ver al equipo contrario era muy diferente de la que observo en mis hijos aquí en nueva patria: Alemania. Minutos antes del juego se percibía una crepitación. Desgraciadamente las niñas no tenían derecho a jugar football, pero nos animaban. Los campos de football en donde tenían lugar los principales partidos no eran ni de césped ni mucho menos de pasto artificial. Cualquier persona occidental jamás se hubiera imaginado que ese terreno fuera un campo de football si no fuera por las porterías. Eran terrenos resecos por el sol, tapizados de piedritas, debajo de las cuales se escondían vidrios rotos, clavos y otros cuerpos de no menos peligrosos. No teníamos zapatos deportivos, jugábamos simplemente descalzos. Para beber, había agua del grifo y para comer, no había nada. Sólo los hijos de familias acomodadas se podían comprar una Coca Cola en la tiendita. Y así era durante los torneos de la escuela como durante nuestros entrenamientos en las pausas o en la tarde. Realmente entrenábamos como profesionales.
Después de la escuela nos íbamos a la casa e intentábamos fabricarnos una pelota de papel para entretenernos en el camino a casa distante a unos kilómetros. Después de todo nunca entrenábamos con pelotas de cuero. Una pelota original de football era nuestro mayor tesoro, el cual hubiera protegido con el mismo celo un hombre rico, y con la cual sólo jugábamos contra otras escuelas. Sin embargo también se podía jugar con pelotas hechas a mano de papel y cola o hechas de tela.
Al caer la tarde mi madre me esperaba para la cena, medio muerto de hambre después de horas y horas de football y de un camino a casa distante a muchos kilómetros, el cual recorríamos a paso ligero. Ahí estaba puesta la mesa, mi mamá cocinaba comida típica africana, muy poca carne pero mucha verdura. Después de la cena todavía tenía que hacer mis tareas escolares y al final estaba tan exausto que lo único que hacía era dormir - hasta el próximo día, el cual empezaba con un camino a recorrer de 8 kilómetros. No salíamos de casa tan temprano como mi madre hubiera deseado, esto es común en todos los niños, lo que no es muy común para todos son fastfood, chocolates o comida en abundancia o muy grasosa.
Por eso conservan todavía, la mayoría de todos mis amigos de la infancia, un cuerpo sorprendentemente musculoso.
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